El calor intenso del mediodía por la calle hace que la atmósfera resulte irrespirable. Nos introducimos bajando por una escalinata en la zona del mercado. La actividad comercial ahora está prácticamente paralizada. Ancianos, tullidos y hombres y mujeres duermen en el suelo a la sombra como fardos. Los que están sentados a las puertas de sus tenderetes nos miran como si fuésemos extraterrestres. Apenas nos molestan para intentar colocarnos algunos de sus productos. El olor ácido del mercado impregna todo.
Finalmente llegamos al restaurante. Una mesa especialmente preparada para nosotros nos espera bajo dos ventiladores que remueven el calor sofocante. La mesa está cubierta con un hule rojo de propaganda de Coca-cola completamente desgastado y lleno de moscas que se nos pega en brazos y piernas. La sala tiene el aspecto de un establo con viejas puertas de madera de dos cuerpos pintadas de un color verde chillón. Las paredes metálicas también están pintadas. El techo tiene una estructura de madera como si se tratase de un cobertizo. En una especie de altillo, cubierta de polvo se conserva la caja que sirvió de embalaje algún día a la vieja televisión cuyo volumen atrae la atención de todo el recinto.
Una vez servidas unas botellas de agua, zumos y refrescos (el Corán prohibe beber alcohol) y seleccionado el pescado a ser cocinado en el fuego en la zona del viejo horno de chapa de la parte posterior del local, nos sirven unas tortas de pan con unos cuencos de tomate con ajo triturado.
En la mesa de al lado un par de personas comen una mezcla de arroz con harina que amasan celosamente con los dedos hasta formar una pasta, mojan en una especie de mayonesa de un cuenco y lo ingieren con voracidad chupándose los tres dedos pringados de salsa.
Luego llega el pescado. Gigantescas doradas y besugos hechas a la brasa sobresalen de los grandes platos en los que son servidas. No tenemos platos, no hay cubiertos. Vicente, siempre previsor, saca su cuchillo multiusos trincha el pescado, saca sus sabrosos lomos. Lo cogemos con los dedos, lo rociamos con limón y “pa dentro”. ¡Está delicioso!
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