martes, 7 de abril de 2009

Doraleh

Con la idea de preparar alguna futura excursión, intentamos localizar una playa cercana para bucear un ratillo y disfrutar de los preciosos fondos marinos de los que hemos oído hablar. Me voy con Benjamín por la tarde a hacer un reconocimiento a una distancia de quince a veinte kilómetros de la ciudad.

Las cercanías de la capital dejan ver chabolas y más chabolas construidas con chapas metálicas. Adentrarse por sus enfangadas callejuelas parece una aventura poco recomendable.

Nada más salir de la ciudad, un pequeño riachuelo inunda un pequeño vado de la carretera. En un lado, la corriente forma junto a la calzada, un pequeño aljibe donde hay al menos treinta personas medio desnudas, lavando sus ropas, refrescándose unas, otras lavando sus ropas. Los niños juegan. En los arcenes de la carretera están tumbados esperando que pase un vehículo que les salpique. Cada vez que una ola de agua les pasa por encima, ésta es recibida con sonoras carcajadas que muestran sus dientes blanquísimos.

Cogemos por error la carretera que conduce a Etiopía. Después de unos kilómetros, paramos en una zona donde se concentra gran cantidad de camiones. Un contenedor, en estado ruinoso presenta un cartel en el que pintado a mano puede leerse en francés “Ministère des Transports D'Jibouti”. Es el punto donde los camiones con destino a Etiopía pagan los impuestos correspondientes. Entramos en el contenedor a preguntar el camino a nuestra ansiada playa. El calor dentro es asfixiante y la humedad insoportable. Hay dos individuos, uno detrás de una mesa que sonríe enseñando la bola de khat en la mejilla. Al hablar muestra los dientes verdes, la hoja le produce una salivación extraordinaria que le hace babear. El otro, sentado encima de una mesa descalzo, al fondo del barracón nos indica nuestro camino. Tras las obligadas preguntas para identificar nuestra nacionalidad, hace las consabidas y reiterativas alusiones a Raúl y Real Madrid. Con la despedida “español, amigo” continuamos nuestro camino.

Una vez pasada la zona petrolera portuaria, de reciente construcción donde tiene entrada gran cantidad de petróleo y que genera millones de dólares para el país, nos dirigimos por derecho a la zona de la playa.

Antes de acceder a la playa, nos desviamos por un camino lleno de polvo, pasamos por una zona habitada similar a una zona chabolista de los suburbios madrileños. El camino se transforma en campo a través. Nos vemos obligados a utilizar la tracción a las cuatro ruedas para subir por determinadas zonas. Pueden verse árboles muy singulares, con la copa plana en su parte superior. La basura inunda grandes zonas de chamizos y cabañas. Las cabras campan a sus anchas entre la porquería entrebuscando comida entre los restos de basura. Hay corrales fabricados con ramas de árboles repletas de dromedarios. Mucha inmundicia.


Finalmente accedemos al arenal. La playa de Doraleh es pequeña, tiene bolsas de plástico. Hay gente jugando al fútbol. El mar es azul intenso, huele a sal. Hay alguna mujer con velo negro cubriéndole completamente.

No es el caribe, pero ¡no está mal!, ¡a ver si en unos días podemos volver a darnos un buen baño!

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