viernes, 3 de abril de 2009

Money, money, money

En el banco hace un calor insoportable, sudo a chorros, está abarrotado de gente. Son las once de la mañana y la caja cerrará a las doce. Delante de una sola caja se arremolinan al menos veinte personas, todos negros. La cajera parece estar atendiendo a alguno, sólo lo parece. El resto intenta “coger la posición” para acercarse al mostrador. El contacto con otros es permanente.

Estamos a primeros de mes, por lo que mucha gente acude a cobrar sus salarios. Además es jueves, aquí víspera de festivo, por lo que el banco cierra mañana y por eso además hay aun más aglomeración.

No tenemos aún cuenta corriente abierta por lo que los pagos hay que realizarlos en efectivo. El pago de hoy, por los gastos ocasionados como consecuencia del alojamiento y la alimentación del Destacamento es de una cantidad muy importantes. Con lo que llevo en el bolsillo, acabaría de pagar mi hipoteca y aun me daría para hacer ese viaje que siempre he soñado y aún no he realizado. Somos cuatro personas: dos de seguridad, un nativo y yo. Nos miran, no pasamos desapercibidos.

Uno de mis chicos se queda en la entrada, el otro va pegado a mi espalda como una lapa. El calor es asfixiante. Se acerca un joven con camisa de marca y se abre paso entre el tumulto con facilidad hasta la empleada. Saca dos o tres fajos de billetes de 100 dólares. Lleva una auténtica fortuna. Aun con millares de personas en la miseria, el puerto es una fuente de ingresos extraordinaria para este país. El joven reparte a dos o tres personas, aparentemente conocidas, varios billetes en dólares. A otros les da algún dinero en moneda local. Los billetes en Francos yibutíes están destrozados, descoloridos, medio rotos, infectos. Quita la goma de uno de los fajos, empieza a contarlos, habla con la cajera, le empujan, se pierde en la cuenta, quita la goma, los da por bien contados. Los goterones de sudor le caen a la cajera por debajo del pañuelo que le cubre el cabello. Le entrega al joven varias cantidades en moneda local que éste va repartiendo entre varios de los individuos amontonados a nuestro alrededor. Finalmente este se va. Son las doce menos cinco.

Entre seis u ocho individuos que se apiñan en el mostrador, el nativo que me acompaña consigue colar nuestro impreso por el pequeño hueco de la ventanilla. La cajera nos señala el tipo de cambio y me larga otro papel para que le escriba el billetaje. Un individuo acodado sobre el mostrador pegado a mí me observa parsimoniosamente. Saco el sobre con billetes de quinientos del bolsillo, extraigo de él los billetes, la gente mira el dinero con descaro, recuento los billetes, afortunadamente están justos. Los introduzco por la ventanilla. En mi otro bolsillo llevaba otro pico por si acaso. Se realiza la transferencia y me entregan el impreso mecanizado justificativo. La cajera nos despide. Faltan las vueltas, la cajera parece molesta por pedírselas. Nos empujan. Finalmente recibo el cambio. Son las doce. Nos vamos, ¡puff!, qué peso me he quitado de encima… hasta el próximo pago.

Por favor Juan Antonio, agiliza las gestiones en España para abrir una cuenta corriente ASAP!

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