jueves, 9 de abril de 2009

Los árboles

A la sombra de las abundantes palmeras que crecen en la ciudad por muchas de sus calles o incluso en la playa es normal encontrar gran cantidad de gente sentada o durmiendo. En las afueras de la ciudad el paisaje rural está salpicado de otro tipo de árboles.

Cuando llega el mediodía y el cielo se vuelve blanco de tanto calor, a la sombra del árbol se protege todo el mundo: los niños y los adultos y, si por la calle hay animales, también se resguardan los perros, las cabras... Es mejor pasar el calor del día bajo el árbol que dentro de la chabola de lata. En su interior no hay sitio y el ambiente es asfixiante, mientras que bajo el árbol hay espacio y esperanza de que sople un poco de viento.
Al recorrer las carreteras por las afueras de la ciudad, siempre se contempla el mismo y asombroso cuadro que no cesa de repetirse: en las inmensas extensiones de tierra quemada por el sol y cubierta de piedras y arena, en unas llanuras donde crece una hierba seca y amarillenta, cada cierto tiempo aparece, solitario, un árbol. Yo me pregunto, ¿De donde ha salido el árbol en este muerto paisaje lunar?
No se trata del famoso baobab africano, árbol sagrado en muchas regiones africanas que supuestamente están habitados por los espíritus y condenado a crecer al revés como penitencia a su altura y belleza, sino de otro tipo de árbol mucho más pequeño, de tronco fino y copa estrecha, apretadas ramificaciones, achatada en su parte inferior y casi plana en su parte superior. Es un árbol mucho menos ambicioso que el aristocrático baobab, pero seguro que podría contar miles de historias narradas bajo su sombra. Junto a esos árboles se pueden ver pequeñas aldeas, un conjunto de chabolas fabricadas de adobe y paneles metálicos, cuyos habitantes pasan su vida bajo su sombra.

La actividad es escasa, algunos chavales juegan al fútbol. Luego están los mayores, que se juntan para comer o charlar, imagino que dirimiendo en asamblea sus conflictos y decidiendo las medidas con las que ajustar el porvenir de la comunidad. Se bebe té, se masca el khat. Muchos duermen a la sombra durante largos periodos de tiempo al día. Al atardecer algunos encienden una hoguera para asar algo de carne, los cuervos revolotean por todas partes. No hay mucho que hacer.
Al caer la noche, todavía hay algunas personas bajo el árbol. Quizás contando leyendas e historias de tiempos pasados, quizás tratando asuntos más tangibles y vanales. Lo que es seguro es que aquí nadie habla de Belén Esteban.

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