viernes, 17 de abril de 2009

¿Escrupuloso yo?

Cuando estaba en España y pensaba en cómo podría ser este rincón de Africa, en mi mente se dibujaba una región árida pero exótica, caliente pero pura, salvaje pero limpia.

La realidad es bastante diferente a mis expectativas. La suciedad lo impregna todo, las casas cochambrosas, calles sórdidas, barrios degradados, los hogares , las oficinas desvencijadas, los locales comerciales, las casas abandonadas tienen en general un aspecto asqueroso, viejo, descuidado.

Quizás esté yo imbuído del espíritu occidental de ducha diaria, higiene corporal y jabón para todo, pero la realidad es que aquí la higiene no es algo prioritario. Más bien diría yo que es algo que no es necesario. Existen otras necesidades más perentorias de qué preocuparse.


El calor elevado y el sudor permanente junto con el polvo que flota en el ambiente hace que las personas acumulen roña. Las lavadoras no existen en los hogares (simplemente no hay electricidad) y tanto ropas como personas se lavan en sus casas con cazos, en la calle con el agua del mar, en los charcos o en un pequeño canal que desemboca próximo al puerto. La población local suele llevar, por tanto, la ropa sucia y ajada. Además es frecuente encontrar mendigos harapientos y tullidos andrajosos tumbados en las calles.


Quisimos comprar una fregona. Tarea imposible. Los suelos aquí se barren o se limpian con un trapo. Sin embargo me llama la atención que al caer la tarde, un pelotón de barrenderos (parece en realidad un pelotón de castigo), barren los laterales de la calzada de las calles más importantes. Si no fuese así el polvo, la arena cubriría en pocos días el flamante nuevo asfaltado que existe en las vías principales.


Además, la inmundicia es la tónica general. Las afueras de la ciudad está absolutamente infectada de desperdicios y las bolsas de plástico salpican los campos. En el interior de la ciudad las cabras buscan comida entre los desperdicios de las basuras. Las vacas malolientes, los perros tiñosos, los buitres, los dromedarios y otras mamíferos son hoteles ambulantes para todo tipo de parásitos y contribuyen a crear un ambiente repugnante.


Es frecuente observar gente haciendo sus necesidades (menores y mayores) en medio de la calle o en la playa llena de detritos. Si entras en un cuarto de baño de un local público el olor hediondo está adherido a sus repugnantes paredes, y la sensación es realmente nauseabunda.


También existen vertederos asquerosos donde la gente escarba con sus manos en busca de cualquier cosa de alguna utilidad. Algunos encuentran desperdicios y desechos comestibles en lo que es un auténtico estercolero.




El contacto con la gente es permanente, todos te dan la mano sucia y sudada en cualquier sitio, al entrar o salir a cualquier lado, al intentar venderte cualquier cosa por la calle, cuando intentan que cojas uno de sus taxis llenos de pulgas. La sensación al tocar los billetes rotos en su mayoría, suaves del uso intensivo resulta repulsiva.


¡Menos mal que llevamos Biocid en el bolsillo!

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