sábado, 2 de mayo de 2009

“Jambo”

¡Karibu!, dice un letrero nada más llegar a Mombasa… “Bienvenidos”.¡Ésta es la África que esperaba encontrarme!

¡Qué bonita! la original, pobre, con gente humilde, pero en desarrollo, llena de vegetación, cocoteros, palmeras, mangos, guacamoles, helechos… verde. Plagada de animales exóticos, lagartos de colores, murciélagos gigantes, insectos, monos… playas idílicas de arenas blancas con grandes palmerales cayendo sobre el agua. La temperatura no es demasiado elevada, pero la humedad es impresionante, sudamos por todos los poros, da igual, en África, se supone que debe hacer calor ¿no?

La gente sonríe, es feliz, no muere de hambre, tienen trabajo, modesto, pero suficiente para vivir. Estudian, trabajan… están más gordos que en D´Jibouti, algunos de ellos tienen incluso barriga, ellas tienen aspecto africano, labios inmensos, tono de piel ébano, ese trasero tan característico que una blanca no puede tener jamás por más silicona que se añada, respingón, hacia arriba. Lucen preciosos vestidos de colores. Algunas parecen llevar traje de noche a plena luz del día. Otras llevan cestas en la cabeza en difícil equilibrio.

Los niños no están desnutridos, juegan, se divierten. Ríen.

Mombasa es caótica en cuanto a concepto urbanístico, el tráfico es por la izquierda, al estilo inglés. Todo el mundo habla ingles. El taxista sonríe dejando ver el inmenso agujero entre sus dos paletas delanteras, me cuenta la vida de su hijo. Tiene que trabajar mucho para pagar sus estudios. Está estudiando secundaria, pronto empezará la universidad, se siente sumamente orgulloso de él. La furgoneta que utiliza como taxi es muy vieja, tiene un techo que se levanta completamente y nos permite llevar la cabeza fuera del vehículo. El espectáculo para un neófito como yo por estas tierras es asombroso. Hay multitud de bicicletas, carril bici en las calles principales, incluso en las autopistas. La gente abarrota la carretera, las cunetas, las calles,cruzan por todas partes. “Hakuna matata” dice el taxista en suajili… o sea, “no hay problema”. Hay alegría, la ciudad late con un pulso propio, vital. Es alegre, te provoca hilaridad, bienestar, placer, risa. Se ven muchos carros tirados por personas. Uno lleva una moto, otro está cargado de fruta, otro lleva multitud de fardos de cualquier cosa. Van por el medio de la calzada.

Por la noche, cenamos en el restaurante del hotel, de tipo colonial. Precioso, vetusto, pero con un encanto especial. Estamos bajo un pequeño techo, la brisa marina permite una sensación sumamente agradable. Hay música en directo, años setenta, Elvis Presley, América, Beach Boys…una desconcertante regla de etiqueta impide cenar en pantalón corto, me proporcionan un colorido pareo que amarro en mi cintura… más risas!

Hay hamacas frente a una preciosa playa blanca. La noche es tranquila, las olas baten levemente a escasos veinte metros de donde nos encontramos. En el cielo, La Cruz del Sur. ¡Encantado de conocerte!

Entiendo el sentimiento de los viejos exploradores ingleses en estas latitudes, entiendo el enganche africano.

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