miércoles, 13 de mayo de 2009

Café Etíope

El café etíope consiste en un ritual ancestral por el que los hombres son agasajados por las mujeres con un café de puchero hecho de forma artesanal, con todo un ritual que deja entrever la dominación machista y la tradición en un paisaje multicolor.

Nos han invitado a una vivienda muy humilde donde somos recibidos como los mejores anfitriones que jamás hayan entrado en esa casa. Son las cinco de la tarde, el calor pegajoso impregna nuestras ropas, varias mujeres nos esperan, unas vestidas con el vestido típico de su país, otras, apenas llevan vestidos de tirantes que cubren con dificultad sus curvas de mujer.

El suelo de un pequeño jardín se encuentra coquetamente preparado para que nos sentemos sobre unas esteras a la sombran de una tapia. Delante de las mismas un manto de hierba fresca recién cortada hace las veces de mantel. Sobre ella un par de vasijas de barro funcionan como brasero con ascuas de carbón incandescente. A su lado, una caja bien presentada sirve de bandeja para soportar las tazas. Alrededor, azúcar en un recipiente, granos de maíz y productos aromáticos.

Ellas apenas hablan francés o inglés por lo que la comunicación es difícil; sin embargo, el ambiente resulta acogedor, agradable a pesar del calor sofocante y las moscas que revolotean algo molestas.

Las mujeres son un torbellino de idas y venidas para que todo esté a punto. Una mujer pone incienso sobre las brasas y un aroma profundo impregna toda la atmósfera, otra, de rasgos etíopes, lleva los granos de café a quien hace de anfitriona, esta los deposita en una sartén encima de las brasas y los tuesta con gran mimo y cuidado. Pronto, el olor a café resulta muy estimulante. Una vez tostado el café, lo depositan en un mortero de madera y lo muelen con un palo.

Mientras, en el otro brasero, los granos de maíz se han transformado en palomitas, que una vez rociadas con azúcar, nos son ofrecidas junto con agua fresca, su tesoro más valioso.

Estamos sentados en el suelo. La postura nos resulta algo incómoda, no estamos acostumbrados, y nuestras rodillas se resienten. Las brasas además contribuyen a calentar aún más la temperatura ambiente. Sudamos.

El agua con el café molido depositada en una vasija especial sobre las brasas comienza a hervir y es retirado del fuego para que empiece a decantarse. Es el momento culminante, el café es servido y se nos ofrece con exquisita cortesía. Primero los invitados, luego las anfitrionas. El café sabe buenísimo, las mujeres ríen desenfadadas.




El sol ha caído y la tarde resulta ahora más soportable. Una vez apurado el último sorbo, las tazas son limpiadas con ayuda de los dedos, el mismo agua va pasando de taza en taza, cada vez más turbia. Una vez “limpias” nos ofrecen repetir. Nuestro sanitario sonríe con gesto de complicidad; nos ha dado vacaciones profilácticas… ¡tomaremos otra taza!

1 comentario:

  1. Que experiencia, que maravilla. Así adquiere uno la imnunidad. Ursulo

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