sábado, 28 de marzo de 2009

La "marcha" en la ciudad

Ayer fui a dar una vuelta por el sórdido mundo de la noche D´Jibutiense.

Aparcamos el coche en el centro (la famosa plaza Menelik). El gorrilla sentado, auténtico esqueleto mascando khat, nos sonríe mostrando su dentadura completamente ennegrecida…

Nos adentramos en un pequeño barrio que tiene una tenue luz salpicada por algunos neones multicolores de los bares y clubes que han resistido la represión de un gobierno tras otro, y que presentan un aspecto añejo. Por la calle se nos acercan varios individuos intentando vendernos cualquier cosa, tabaco, relojes, cuchillos, baratijas. Seguimos caminando intentando no ser descorteses. Te tocan, te cogen del brazo, lo que sea para que pares y compres algo.

Entramos en uno de los bares. Es un lugar frecuentado por legionarios de las tropas francesas que “necesitan” ir de parranda con el ejército de prostitutas que invade la ciudad. Está atestado de gente. La clientela es mitad blanca y mitad negra. Los blancos (casi todos hombres) son marinos mercantes, residentes extranjeros que vienen a desahogarse al centro, pero sobre todo legionarios franceses quienes parecen encontrarse en su propia casa, bebiendo más y durante más tiempo. Apenas dos o tres francesas.

Las barras se encuentran atiborradas. Por dentro llenas de camareras, algunas guapísimas. Bebemos Smirnoff con limón, embotellado y frío evitando los hielos con agua de profilaxis dudosa. Las negras son mujeres muy jóvenes buscando su sustento. Se escucha una ruidosa música, mezcla de música de baile francés y música africana parecida al reggae. Las tropas francesas se mueven del mismo modo cualquiera que sea la música que suene. Suben y bajan, saltan, chocan entre ellos y se ríen escandalosamente. Las mujeres son más comedidas, sonríen, te escrutan con su mirada intentando averiguar si ella ha sido una de las elegidas. Si mantienes su mirada, se acercan, buscan como forma de contacto que les invites a un zumo...
... luego llegará lo demás.

En dos pantallas de televisión están transmitiendo un partido de fútbol de la liga italiana. Nadie lo mira. Alrededor, pegadas a las paredes del bar, las prostitutas están en línea, mirando con sus grandes ojos quién puedes ser su próximo cliente.

Las luces de neón psicodélicas y la extinta bola multiespejos iluminada desde algún sitio, proyectan luces de otra época.

Un grupo de chicas pasa junto a nosotros. En la masa, noto como alguien me toca el trasero, también me palpan el paquete. No sé quien ni como. Si quieres sexo, sólo tienes que mostrar el más mínimo interés. Uno de mis colegas comenta: “Ya sé cómo se siente Antonio Banderas, te acosan mujeres preciosas y tú rechazas un ofrecimiento explícito de sexo”. La diferencia es que el paga mucho más de lo que aquí paga cualquier legionario.

Las chicas se acercan, intentan hablar con nosotros, en francés, en inglés, en lo que sea, y si no, el lenguaje universal del flirteo llevado a su expresión más evidente.

Hay chicas con muchos hombres, unas bailan, otras se están besando. ¡Será cerdo aquel viejo de vientre hinchado, sucio y sin afeitar con aspecto de alemán que casi podría ser el abuelo de aquella chavala! Algunos hacen planes para el resto de la noche.

Más que suficiente. Volvemos a casa. Mañana hay que trabajar.

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