jueves, 26 de marzo de 2009

Inmersión en un mundo de aromas sin igual.

Esta ciudad es un universo de de diferentes olores, algunos maravillosos, otros hediondos, pero todos se caracterizan por un denominador común: un aroma desconocido y exótico.

Nunca me he considerado un buen olfateador, sin embargo, pese a mi escasa disposición natural a los estímulos olfativos, el tremendo cambio cultural ha hecho que mi percepción se haya disparado en estas tierras.

Las personas huelen, la mayoría de la población local huele a hambre, a sudor, a miseria, otros huelen a Occidente rancio, a colonias baratas, a metro de Legazpi. La percepción olfativa de muchos de ellos ha desaparecido ya que no es necesaria. Los árabes suelen ser las personas mejor perfumadas de D´Jibouti, los aceites a base de flores y las frutas te transmiten fragancias poco usuales que encantan los sentidos. Los niños por la calle no huelen como en España. Su olor es uno de los que me parecen más suaves y cálidos. Su aroma sugiere una historia de cercanía y amistad, incluso en las horas más calientes del día.

En el colectivo internacional en que me encuentro inmerso, el olor es muy diferente. Los franceses transmiten olores florales, los alemanes sin embargo emanan aromas balsámicos.
Los animales olfatean la basura, curiosean buscando sustento de supervivencia. Los perros callejeros en manadas y sin ningún tipo de control sanitario son un permanente foco de infecciones. Las cabras y los dromedarios, sucios huelen a piel mojada, a pelo sucio, su olor es ácido.

La comida produce en muchas ocasiones una sensación extraña: tengo la impresión de que los olores no “concuerdan”. Por ejemplo, he comido carne con olor a pescado y viceversa. Esto no es agradable, los olores no son harmónicos con el sabor. Creo que mi reacción negativa se debe a la reacción que se produce cuando mis sentidos muestran algo contrario a mi intuición.
Los lugares huelen. Cada sitio posee un olor característico propio y único que me envía mensajes; unos tienen la capacidad de relajar y despertar los sentidos, como por ejemplo la playa, cuyo olor verde me crea sensaciones de bienestar y frescura.

El mercado, sin embargo, es muy diferente. En la calle de las moscas tienes sensación de olor cítrico, penetrante, agridulce. Las tiendas tienen un olor dulce, herbáceo, huelen a raíces. Los olores de las gentes que deambulan por el mercado (muchos enfermos, ancianos, vagabundos), juzgados indeseables en nuestra sociedad, contribuyen a que sean vistos con desagrado. Son personas que se perciben como diferentes porque huelen de un modo distinto a los individuos llamados normales en Europa.

Los puestos de refrescos arrojan al ambiente una fragancia fresca, color marrón causado, imagino, por las bebidas, el té y el café. Si entras en una tienda o almacén el aroma que se percibe es penetrante, mezcla de dulce, amargo, ácido y picante.

En mi lugar de trabajo huele a aceite, a keroseno quemado, el olor impregna mis ropas y todo el ambiente. A lo largo del día trabajo, sudo, imagino que, como todas las personas tengo mi propio olor corporal. Cada uno está acostumbrado al suyo, yo no siento el mío, aunque sí puedo percibir el de los demás…

Por la noche me ducho, me pongo gel y champú. Mi cama huele a limpio, huelo a casa, a Europa.

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